Pero la peor parte se la lleva el toro, que sólo descansa cuando le dan un tiro en la cabeza. Ladrillero corrió ayer por las calles empedradas de Coria (Cáceres) hasta que las pezuñas le ardían. Se refugió en un jardincillo de hierba a las puertas de la catedral y ahí se quedó quieto, ya no oía los gritos de los chicazos, ni las palmas, ni los recortes a la carrera delante de sus cuernos. Los paisanos esperaban un poco más de juego, pero el toro ya estaba mareado.
Los toros sólo buscan escapar de un pueblo que se ha convertido en una trampa para ellos. En cada calle les esperan los hombres a cuerpo gentil, que le llaman y le tocan los "cuernos." Ladrillero murió a las diez de la noche. La megafonía lo anunció. De madrugada, la muerte le esperaba a Garbosillo. Pero antes, sus pezuñas arderían en el empedrado de Coria.