La fuente de la eterna juventud, símbolo por antonomasia de la aspiración del hombre por lograr la inmortalidad, es una legendaria fuente que supuestamente devuelve la juventud a quien beba de sus aguas o se bañe en ellas. Los conquistadores de América la buscaron infructuosamente. Siglos antes, los alquimistas se obsesionaron por lograr el elixir de la vida, poción mágica que garantizaba la juventud, complemento perfecto a las riquezas obtenidas con la mítica piedra filosofal. Algunos incluso vendieron su alma al diablo para lograrlo. Ha pasado mucho tiempo pero seguimos igual, aferrados al sueño de no envejecer jamás: cremas, dietas milagro, productos exóticos, cirugía, botox,… Vanitas pecata mundi (la vanidad es el pecado del mundo).
Y sin embargo, la eterna juventud existe. ¿Sabes quién la disfruta? Las aves. Da igual la edad, en cuanto adquieren el plumaje de adultos su semblante no cambia más.
Hace unos días, en la BBC entrevistaron al guarda de las Islas Farne, un paraíso natural en el norte de Inglaterra muy próximo a las costas de Escocia. Este año capturó un charrán ártico que, tras comprobar los datos, resultó que había anillado él mismo como pollito en 1980. La especie, la más migradora de cuantas pueblan el planeta, cría en el Ártico e inverna en la Antártida buscando el verano permanente a costa de volar hasta 80.000 kilómetros al año. De este ejemplar en concreto calculan a groso modo que habrá volado un millón de millas (1,6 millones de kilómetros) en sus 30 años de vida, seguramente mucho más.
La pregunta que todos nos hacemos se la hizo el periodista de la BBC al ornitólogo: ¿Cuál de los dos ha envejecido mejor?
“El pájaro,” respondió sin dudarlo.
“Estos condenados mudan cada año todas sus plumas y salen como nuevos. Yo solamente parezco 30 años más viejo”.
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