El
lobo es un depredador al que se imputan más víctimas de las que causa.
La picaresca y la posibilidad de sacarle un dinero extra a la
administración motivan «reclamaciones falsas, a veces desarrolladas con
sorprendente inventiva». Así lo destapa una investigación que durante
siete años ha analizado 473 casos en el Principado y Zamora. Su
conclusión: el 13% de los partes de la zona central de Asturias eran
falsos y en el noroeste el trampeo abarcó el 15%.
El estudio lo han desarrollado el ambientólogo de la Estación de
Doñana Jorge Echegaray, el biólogo Javier Talegón y los guardas
asturianos Ángel Nuño y Xurde Gayol. Cada vez que localizaban un caso,
se desplazaban a la escenario de los hechos para revisar «minuciosamente
el entorno del suceso y los animales por los que se solicitaba
indemnización».
Los investigadores reconocen que «es muy complejo separar las
reclamaciones falsas de las que no lo son». Sin embargo, observaron
casos inapelables, como uno «en Asturias en el que se llegaron a
reclamar como daño de lobo los restos de una matanza casera». «También
ha habido animales muertos por rayo o aislados en la nieve, pero
reclamados como daño del lobo».
El trabajo ha sido publicado recientemente por la revista Quercus,
acompañándolo de una escalofriante foto tomada en Asturias que muestra
un ternero seccionado por la mitad. Según los investigadores, el animal
falleció por causas ajenas a la depredación, pero luego su propietario
manipuló el cadáver provocándole diferentes cortes para asemejarlos al
ataque de un cánido salvaje.
En total, detallan hasta doce modalidades distintas de fraude
descubiertas en Asturias. «Uno de los casos más frecuentes -apuntan en
su artículo- son los daños causados por perros que, incluso a pesar de
tenerse constancia de ello, son reclamados como de lobo». De esta manera
no sólo se pretende obtener una compensación que ronda los 270 euros
por cadáver presentado; también «se eluden responsabilidades derivadas
de ataques de perros domésticos, a veces excesivamente agresivos y en
ocasiones pertenecientes a la misma explotación que realiza la
reclamación».
La manipulación de cadáveres tiene dos vertientes: la de quienes
ocasionan cortes secos, aspirando a que se vean como causados por el
lobo; y la de aquellos de quienes «abren la res en canal con el
propósito de que los propios perros o los lobos, atraídos por el olor
del animal, devoren el cadáver y distorsionen los posibles indicios».
Más allá del abuso, los autores advierten de las consecuencias
políticas de los fraudes. Así, recuerdan que los rebaños son asustadizos
y que hasta el ruido de un avión puede alterarles de forma que «tras
amontonarse, las reses se pueden aplastar o asfixiar entre ellas». De
ello se derivan «pérdidas muy elevadas y crear gran alarma social si se
atribuyen al lobo».
El Principado autoriza batidas en función de los daños que constata.
Para evitar la picaresca, los autores aconsejan habilitar un sistema de
verificación pericial «paralelo al de pagos». La revisión de cada caso
debería recaer en un equipo reducido y especializado para así «alcanzar
mayor experiencia y minimizar la dispersión de información».
Entretanto, advierten contra la costumbre de «redactar el informe
sobre los daños en presencia del solicitante para evitar posibles
presiones». Solicitan que su aportación no sea presa de juicios
precipitados: las reclamaciones falsas «no pueden generalizarse y, en
este sentido, queremos resaltar la necesaria compatibilidad entre la
ganadería y la conservación de la biodiversidad».
Fuente: elcomercio.es
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