Eran
escenas de los años de hierro, de los tiempos de la pobreza extrema, el
hambre y el analfabetismo. Gentes sin oficio ni beneficio, obligadas a
ganarse unas pocas perras gordas cazando pajaritos con cepos de ballesta hechos de chatarra reaprovechada. Que luego se comían fritos en casa o vendían en los bares para ser consumidos como esquelética tapa entre chato y chato de vino.
Zorzales, colirrojos, currucas, gorriones, petirrojos, mirlos,… Ave que vuela a la cazuela. O a la sartén.
¿Escenas del pasado? Desgraciadamente no. Entre otras muchas calamidades esta crisis nos ha traído de nuevo a los pajareros.
Especialmente en el sur de la Península, mayoritariamente en los
extrarradios de las grandes ciudades, la caza de pajarillos vuelve a
estar de moda. De triste moda.
No os confundáis. No es una necesidad. Esta raquítica caza ni da dinero ni aplaca el hambre. Se hace más que por otra cosa por aburrimiento de parado. Por hacer algo. Ajenos a la barbaridad de matar unas avecillas insectívoras que han elegido nuestro país para pasar el invierno. Protegidas con cariño en sus lugares de cría y comidas en el nuestro. Vergonzoso.
Está prohibido, es verdad, pero da lo mismo. Este método es ilegal
y la utilización de tales trampas mortales puede suponer desde multas
hasta penas de cárcel. El problema es que muchos de quienes deberían
perseguirlos les permiten seguir matando con esa
condescendencia que da la lástima. Pobre gente. Sólo son unos
pajarillos. Unos pocos miles, cientos de miles de pajarillos, de aves
canoras, de beneficiosas aves.
Yo no estoy de acuerdo. Seremos pobres pero nos queda la cultura y el respeto a las leyes. Con los cazadores de pajaritos tolerancia cero. ¿No opinas tú lo mismo?
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