Primero la razón: Castilla y León ha aprobado un Plan de Conservación y Gestión del Lobo que propone matar más de un centenar de lobos en esta nueva temporada de caza. El 10 y el 30 por ciento de la población actual, estimada entre 1.500 y 2.000 ejemplares.
Ahora la explicación, confesada por el director general de Medio Natural de la Junta de Castilla y León, José Ángel Arranz, al periódico La Razón.
Según los expertos, las administraciones regionales no están por la labor de repoblar con el excedente de lobos conflictivos castellanoleoneses los espacios naturales de Extremadura, Andalucía o la Comunidad de Castilla-la Mancha, donde esta especie está en peligro de extinción.
Tampoco son tan terribles los odiados cánidos salvajes. Según datos del Grupo para el Estudio y Defensa de la Montaña Oriental Leonesa, los daños causados por el lobo en la zona de Riaño suponen un coste medio anual para la Junta de Castilla y León de 13.801 euros, mientras que las indemnizaciones pagadas los ciervos y jabalíes alcanzan una media anual de 122.177 euros.
Pero una cosa es saberlo y otra es quererlos. Y a los lobos no los quiere nadie. Aunque se los regalen.
Si fueran urogallos o cernícalos primilla no pondrían pegas. Los recibirían con los brazos abiertos y decenas de cámaras de televisión. Sin embargo, el lobo sigue provocando un general rechazo atávico, a excepción de entre los cazadores, quienes sueñan con poder darlos muerte a todos y colgar sus trofeos sobre la chimenea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario