Los cazadores están muy preocupados, pues cada vez son menos y más viejos. En los últimos 10 años un 20% ha colgado las escopetas ante el escaso interés de sus hijos y nietos por mantener una actividad cinegética cada día más en entredicho. Del casi millón y medio de licencias que había en España en 1990 se ha pasado al escaso millón actual. Y su número sigue bajando año tras año.
Pero esta vez la culpa no la tiene la crisis económica. Se trata tan sólo de la lógica evolución natural de una sociedad que poco a poco se está haciendo más sensible y concienciada en el respeto al medio ambiente y a los derechos de los animales. Salir al campo sí, disfrutar matando no.
Aunque algunos no lo ven así. Según unas recientes declaraciones del presidente de la Federación de Caza de Castilla y León, Santiago Iturmendi, la culpa de esta crisis venatoria la tiene nuestro actual sistema educativo, responsable de lo que él denomina “la cultura de Bambi” que se enseña en los colegios. Esa donde el ciervo es el bueno y el cazador es el malo, y no al revés como en el caso de Caperucita y el lobo.
Por supuesto, el viejo militar también considera culpables a los medios informativos, agitadores de una supuesta campaña de intoxicación generalizada contra esta actividad “desde un desconocimiento absoluto de la realidad de nuestros campos y del medio natural”.
E incluso también se lleva una buena ración de críticas el propio Gobierno y sus normas cada vez más restrictivas en cuanto a conceder permisos de armas a los niños “que prácticamente impiden el relevo generacional”.
Quizá ahí está el futuro, en que personas como Iturmendi se queden sin relevo. Porque qué otra cosa se puede esperar de quien afirma: “La caza es necesaria y la muerte en la naturaleza es consustancial al ser vivo”.
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En la imagen, retrato del príncipe Baltasar Carlos cazador (Velázquez, 1635). Eran otros tiempos.
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