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miércoles, 22 de febrero de 2012

¿Defender a los animales es olvidarse de los humanos?


Si defendemos con tanto ahínco a los animales es también porque el sufrimiento de los seres humanos nos duele más que a vosotros. Que os quede claro verdugos con disfraz de samaritanos.
Cuando los muertos en nombre de la ignorancia, la superstición y el oscurantismo eran seres humanos, los responsables de aquellos cruentos y absurdos sacrificios le decían a un pueblo atenazado por el miedo a la persecución, al martirio y a la ejecución: “Es la ofrenda a los dioses, es el castigo a la impureza y la herejía, es por el bien de la raza. Preocupaos por aplacar su ira, por la salvación de vuestras almas o por la supremacía racial antes que por la envoltura carnal”. Sin embargo aquellos motivos de los verdugos no hacían desaparecer su terror. ¿Quién podría sentir alivio esperando su turno para morir?
Ahora que las víctimas de los asesinatos legales (pena de muerte o invasiones por la “libertad” aparte) son animales no humanos, los sayones y su cohorte de siervos nos exhortan a que dirijamos el dolor hacia los males de los miembros de nuestra especie. ¿Y es que alguien podrá embadurnar conscientemente su lengua con la mentira acusándonos de no sentirlo? Seguramente lo hacemos más que ellos consagrados como están a seguir dando por buena la violencia.
Pero ayer al igual que hoy, las razones para justificar los crímenes más cobardes amparados por un derecho degenerado, para poner freno a la resistencia ante su comisión y amordazar las bocas queriendo obtener la aquiescencia a través del silencio impuesto por la fuerza o el engaño, se basan en la pretendida inferioridad (toros por ejemplo) o naturaleza dañina (caza por nombrar un caso) de los seres asesinados. Motivos de antaño para que sigan cayendo nuevos inocentes.
El hombre, único depredador por codicia, sadismo o entretenimiento, mantiene tal cual su antigua capacidad para someter, explotar y matar. Sólo ha variado las apariencias formales y legales para cobijarse bajo la evolución y el progreso, pero conservando en el fondo intacta la esencia voraz y homicida y llevándola a la práctica.
Dicha estrategia acaso servirá para renovar sus coartadas, pero jamás para entender desde la razón y no por medio de la interpretación torticera cómo abrir un libro de historia, aún de la más lejana, es situarse frente a un espejo para escuchar idénticos gritos y contemplar la misma sangre que nuestra especie no se cansa de derramar en nombre de mil aberraciones.
¿Qué nos preocupemos de las personas? Eso hacemos cada vez que luchamos por desterrar la violencia del comportamiento humano. Sois vosotros, que la amparáis bajo ese burdo disfraz de piadosos,  los que entonces como ahora os sentís a salvo porque nunca estáis en el grupo de las víctimas. No es vuestra compasión ni solidaridad quien habla, sino un profundo y repugnante cinismo. Con esa actitud hipócrita buscáis la simpatía de terceros para hacerles cómplices de la brutalidad con animales. Pero el más simple análisis os deja al descubierto. Nosotros abominamos de cualquier tipo de violencia, ¿podréis vosotros decir lo mismo?

Julio Ortega Fraile

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