La Marquesa se muere. Sin remedio. Es ley de vida, pero cuando se trata del símbolo vegetal de Extremadura, de una maravillosa encina tenida como la más bonita y grandiosa del mundo, da mucha pena.
“No se va a morir mañana, porque son árboles que aguantan muchísimo, pero está en las últimas”,
asi explicaba hace 10 años Chema Masón, profesor del Centro de Formación Agraria de Navalmoral de la Mata (Cáceres), en cuya dehesa se encuentra tan monumental árbol. Su compañero Ángel Hemández resumía entonces en tres las razones de esta muerte anunciada:
“Por un lado sufre un ataque de oruga muy grande, la sequía de estos últimos años la ha debilitado y, por si fuera poco, hace tres años le cayó un rayo”.
Durante siglos, su belleza le había indultado del hacha en todos los sentidos, pues ni siquiera fue podada por expreso deseo de la marquesa de Comillas, señora de toda la finca hasta la llegada de la República. Y de este viejo capricho nobiliario adquirió el rimbombante título: Encina de la Marquesa.
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