La decisión de prohibir las corridas de toros en Cataluña ha provocado la furibunda reacción de los taurinos acerca del atropello a la libertad que tal acuerdo parlamentario supone. ¿Y la libertad de los animales a que su muerte no sea un doloroso espectáculo sangriento?
También dicen que es un atropello a una añeja manifestación artística, algo que no logro descubrir, a no ser que los pasos del torero se consideren la versión armada del baile flamenco. Sin embargo, podemos hablar de ello. Sensibilidad, arte y libertad son conceptos llenos de matices, abiertos a la opinión del respetable.
Pero hay un bulo científico que no acepto por falaz, el de asegurar que si desaparecen los toros desaparecerá la dehesa mediterránea, ese prodigio de bosque domesticado donde cultura y naturaleza se unen en feliz maridaje.
En España hay unos 6,3 millones de hectáreas de dehesa, de las que sólo 300.000 se dedican a la cría de ganadería brava, apenas el 5 por ciento del total. Pocas son explotaciones puras, pues la mayoría se destinan igualmente a la cría de vacas, cerdos ibéricos y caballos, mucho más rentables para el medio ambiente. Evidentemente, acabar con los toros no supone acabar con la dehesa.
Tampoco es el toro de lidia el último superviviente del uro o toro salvaje paleolítico (Bos taurus primigenius). No es una especie amenazada. De hecho, ni siquiera se le considera una raza autóctona, apenas un grupo mestizo nacido en el siglo XVIII cuya única seña de identidad (endeble) es la bravura.
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